Carlos M. Marte, M.A
La violencia intrafamiliar ascendente hace referencia a la manifestación de conductas agresivas por parte de los descendentes a cualquiera de sus ascendentes, en pocas palabras, de los hijos hacia sus padres o tutor que le represente. Es un tipo de violencia que se produce en estricta intimidad, lo que dificulta una intervención temprana o incluso, establecer medidas de prevención específicas ya que éstas se hacen visibles en la mayoría de los casos solamente cuando se denuncian.
Se le conoce como Violencia Filio-Parental y en la actualidad se ha posicionado como uno de los nuevos problemas emergentes en la sociedad, la misma está afectando de forma directa el clima del núcleo familiar, y este a la vez trasciende hacia la sociedad, condesando poco a poco, posibles conductas delincuenciales y psicopáticas, debido a que el control de los hijos sale de las manos de los padres, pues, en cierto modo, ellos se convierten en las primeras víctimas de violencia. Hecho que puede tener un alcance desfavorable en la sociedad, ya que se va moldeando el perfil de nuevos agresores, perpetuando de esa forma el ciclo de violencia.
De forma conceptual se entiende por violencia filio-parental como:
Aquella en la que el hijo/a actúa intencional y conscientemente con el deseo de causar daño, perjuicio y/o sufrimiento a sus progenitores, de forma reiterada a lo largo del tiempo, y con el fin inmediato de obtener poder, control y dominio sobre sus víctimas para conseguir lo que desea, por medio de la violencia psicológica, económica y/o física (Aroca, 2010, p. 136).
Partiendo de esta definición, para dar respuestas a posibles interrogantes se hace necesario analizar los predictores que inclinan hacia este tipo de comportamiento. Por un lado, se debe de tomar en cuenta el perfil del menor, aquí se incluyen las características de su personalidad, la misma se va ajustando en base a su proceso evolutivo. Por otro lado, se debe de valorar la naturaleza de las relaciones familiares a las que pertenece, así como también el sistema educativo donde se ha formado, y los valores que transmite la sociedad. Otro elemento importante es identificar si hay consumo de drogas y/o la presencia de alguna otra adicción, por último, indagar sobre la existencia de psicopatía (trastorno antisocial de la personalidad), TDAH u otras psicopatologías que induzcan a un comportamiento violento de esta índole. Pero, en el hipotético caso de que se evidencie rasgos psicopáticos, se sugiere no utilizar el concepto de psicopatía o psicópata en niños y adolescentes ya que se está refiriendo a una población en desarrollo, y por ende hay que evitar etiquetar dicha población.
Las características de este tipo de violencia se inclinan hacia tres dimensiones. La primera incluye el plano afectivo en el que se hace palpable la falta de empatía y la capacidad para mantener vínculos, por lo que emocionalmente suelen ser superficiales y que cambian rápidamente. Un segundo plano es el interpersonal, en el que existe conductas arrogantes, egocéntricas, propio de individuos manipuladores, dominantes y enérgicos. Por último, un tercer plano es el conductual, la persona agresora suele ser impulsiva e irresponsable. Usualmente, tienen un estilo de vida totalmente inestable por lo que buscan sensaciones nuevas y fuertes, por lo que transgreden las normas sociales.
Considerando lo anterior dicho, en el marco de intervención se requiere de un abordaje global e integral, en el que participen diversos agentes sociales de diferentes áreas, un primer pilar es la familia, que representa uno de los primeros modelos de aprendizaje en el niño/a. Un segundo pilar es la escuela, que, aunado a la educación fomentada en el hogar, es un medio en el que el niño y niña adquiere las habilidades de comunicación y socialización. Y un tercer pilar, es representado por agentes sociales especializados en sus áreas, que son los que estarán guiando el proceso de intervención en sí. En este grupo entran los educadores, psicólogos, médicos, jueces, abogados etc.
Debido a que cada vez es más frecuente este tipo de violencia, se hace necesario revisar las normas sancionadoras y/o penales que intervienen en este comportamiento, y es aquí donde entra el equipo de agentes sociales mencionados anteriormente. Por tanto, entre las medidas más adecuadas se consideran; la convivencia en grupo familiar o educativo, libertad vigilada o alejamiento, tratamiento terapéutico de tipo ambulatorio. Pero estas medidas solamente se aplican luego de que se hace visible el maltrato (cuando es denunciado), por lo que toman un carácter de intervención, realidad que limita el alcance de intervenir antes de que se agudice o suceda este tipo de comportamiento, en este sentido, se requieren medidas de prevención con mira a reducir la frecuencia del comportamiento violento.
Pero para esto, se entiende que se deben de endurecer las medidas contempladas, sin que se transgredan ni vulneren los derechos del adolescente, criterios que van alineados al marco jurídico que constituye cada País o Estado, pero es importante resaltar que las medidas por sí solas en muchos de los casos no son suficientes ya que sólo se estaría trabajando el mal, pero no la causa, por tal razón, se deben incluir intervenciones desde el punto de vista educativo, estas tienen un carácter transformador y preventivo, pues permiten la adquisición de nuevos modelos conductuales más saludables. En este sentido, para garantizar una mejor eficiencia en la intervención de este tipo de conducta se sugiere la combinación de ambas propuestas.
La elaboración de programas específicos enfocados en violencia intrafamiliar ascendente y aplicado en el contexto escolar-educativo permitirían dar respuestas preventivas a este tipo de comportamiento reduciendo así desde ese contexto su incidencia, es un modo de intervenir que facilitaría un acercamiento a la realidad familiar que vive el adolescente, ya que permitiría conocer justamente los distintos estilos de crianza característicos en cada hogar. Hago mención de su aplicación en el contexto escolar porque éste representa uno de los primeros hilos conductores con el hogar y la familia.
Ahora bien, resulta bastante frecuente que niños, niñas, así como adolescentes y jóvenes agresores carezcan de vínculos familiares, sociales y comunitarios, lo que evidencia la estrecha relación con los distintos esquemas de comportamiento parentales que definen la dinámica de crianza de cada familia. Esto sugiere que dichos esquemas de comportamiento parentales sí influyen directamente en la consolidación de la violencia intrafamiliar ascendente.
En este caso Garrido (2007: citado por Aroca et al., 2012):
Destaca algunos factores que pueden contribuir a la violencia filio-parental, y que son comunes a otros tipos de violencia juvenil, como: (a) la importancia de haber sido objeto de malos tratos por parte del padre y/o la madre en sus variantes (por omisión y comisión) o, (b) el hecho de haber sido testigo de violencia en sus hogares (p. 494).
Visto de ese modo, se pone en contraste dos realidades, por un lado, niños que crecen en ambiente inseguro son más proclives a manifestar conductas violentas o agresivas, con menos capacidad de socialización y, por otro lado, los niños que crecen en ambiente seguro son más empáticos y sociables. Pues estos últimos, no están expuesto al círculo de violencia en que se encuentra los otros niños.
Definiendo un ambiente seguro como aquel estilo de crianza en el que el niño adquiere un apego seguro el cual garantiza el sano desarrollo de sus fortalezas. Y cuando se trata de un ambiente inseguro hace referencia en aquellos estilos de crianza en el que se neutraliza el sano desarrollo de las fortalezas propias del niño o adolescente, como producto de la permisividad, la sobreprotección, el autoritarismo, el maltrato entre otros.
Referencias
Aroca, C. (2010). La violencia filio-parental: una aproximación a sus claves. [Tesis doctoral. Universidad de Valencia]. https://roderic.uv.es/handle/10550/38666?show=full
Aroca, C., Bellver, M. C., y Alba, J. L. (2012). La teoría del aprendizaje social como modelo explicativo de la violencia filio-parental. Revista Complutense de Educación. 23 (2). 487 – 511. http://dx.doi.org/10.5209/rev_RCED.2012.v23.n2.40039